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Vicky Vega cambia el blanco de la nieve por el naranja

1 marzo, 2019

Cuando empiezo a pensar en mi actividad favorita en invierno, no es nada fácil pues es lo que tiene estar enamorada de todo lo que engloba la montaña.

Olores, colores, sonidos, sabores y tactos tan diferentes a lo que te puedes encontrar en tu día a día, en tu ciudad. Cinco sentidos, con multitud de sensaciones que te enganchan, que te hacen sentir bien, que te hacen sentir viva, que hacen que quieras volver una y otra vez, y que si no vuelves cada cierto tiempo, te viene el síndrome de abstinencia….

La palabra invierno parece que lleva implícita frío y/o nieve; cuando cierras los ojos y piensas en actividad de montaña en inverno, te viene una imagen donde hay blanco, ¿verdad? Escalada en hielo, corredores de nieve, esquí de montaña, crestas, etc. Pero, ¿y si no fuera así? Este invierno he cambiado el blanco por el naranja, ¿y se puede? Claro que sí.

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Existe un lugar llamado Talembote, al norte de África, al sur de Tetuán… Donde no hay apenas altitud, donde no hay nada de blanco, sólo la pintura de algunas casas o la chilaba de algún local.

De casualidad, casi sin pensarlo mucho, durante una tarde de entrenamiento y sus cervezas de después, me comentaron unos amigos que iban a este lugar. Dos días después me unía al plan con un compañero de cordada, que resultó ser el ideal para este viaje.

Los cincos sentidos empezaron a hacer de las suyas nada más llegar a Talembote, comenzaron  a embriagarme de la esencia de ese lugar:

Olor a madrugada, olor a té metido en un termo preparado la noche anterior, olor a amanecer entre árboles, río y roca, olor a especias, olor a Marruecos… olor a fogata de todas y cada una de las noches.

Colores verdes intensos con sus árboles, naranjas y marrones pálidos la roca que cubre todo su alrededor, azules que cambian de color conforme pasan las horas del día y blancos brillantes brillantes de pequeñas “luciérnagas” que aparecían en el cielo por la noche. Ah, no! Que eran estrellas… Esos objetos que tienen el don de hacernos soñar. ¿Qué curioso, verdad? La mayoría de las personas de este planeta (por no decir todas) tienden a pensar en sus sueños cuando miran las estrellas. ¿Por qué será? ¿Habrá sido algún libro o alguna película la que nos ha metido esto en la cabeza? ¿O será que realmente tienen el don?

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El oído se afina en la naturaleza cuan animales, y es que lo somos… Donde dormíamos pasaba un río tranquilo, donde tramos más arriba nos decían que aparecían bonitas cascadas de fuerte corriente; Intentamos llegar, pero nunca lo conseguimos… los pocos días y la pasión por escalar nos robaba toda energía para hacer cualquier otra cosa. Personas que oraban a Alá tan fuerte que hasta desde las alturas de la roca los escuchábamos. Cinco veces al día. La llamada de la mezquita en Chaouen llegó hasta nuestro interior tan fuerte que me asustó a la vez que me satisfacía ver otra cultura, otra religión, otras formas de hacer, de ser…

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Todo montañero/alpinista/escalador sabe que cualquier comida sabe mejor (el gusto) después de hacer lo que nos apasiona, después de haberlo dado todo, y en compañía mejor. Esos Té de hierba buena y no sé qué más “con sucre por favor” sabían a algo parecido a lo que tiene que saber un elixir, curaba todo en ese momento. Rasguños, moratones, frío después de todo el día…

Sentía en mis manos (tacto) los pinchos de una roca nueva, de una roca virgen, de una roca por donde han pasado aun pocas personas. Desplomes, cantos, alguna regleta y alguna fisura que me sorprendía de bonita, en definitiva: vías que “se te va la pelota”. Aun recuerdo cuando estaba haciendo una vía, y sin haberla terminado, miraba hacia mi compañero, me soltaba de manos empotrando alguna parte de mi cuerpo y le decía “espectacular!”

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Ese norte de África, sur de Tetuán… quedará en mí para siempre, por los cinco sentidos.

Y esta es la actividad que elijo de este invierno, sin nada de blanco, con mucho naranja y bonita amistad. Al final, nada se puede denominar felicidad si no lo compartes.

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Vicky Vega